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martes, 14 de mayo de 2013

Incompetencia simpática

2 Casos cotidianos en que la incompetencia vuelve a ser de nuevo la protagonista:

En la cafetería:

mujer y gato tomando café
Cuando uno no tiene el doctorado en cafés y cócteles, suele pasar lo que me pasa a mí todos los días.
Pides un café con leche cortito, 3 de azúcar, sin espuma y muy caliente y la cara del camarero es como la mía, en el hipotético caso de que me regalaran unos zapatos de Alexander Mcqueen, alucinante y escalofriante a la vez.

En el supermercado:

No especificaré el sitio, porqué no quiero un boicot de comentarios insultantes, que tampoco tendré intención de leer.
Cuando una está en esos días del mes, en que te apetece chocolate, batidos y múltiples grasas que jamás te van abandonar, pasas a pagar por caja, y la simpática chica con un aroma exótico, abundante rimmel y tinte claramente casero, suelta esa frase que retumba por todo el establecimiento:

"¿Te vas a poner fina eh? Como se nota que estamos en esos días, porqué esa cara pocha solo puede ser por tu jefe, o por la regla."

Después de ventilarte 10€, añade mientras te vas:

"Venga tía que vaya de lujo y no comas mucho, no vayas a engordar más"

Son situaciones que acompañadas de lluvia, mucho trabajo, y agujetas de la última clase de pilates, la cual prometiste no volver, hacen de un simple día, un día de incompetencia simpática.

jueves, 25 de octubre de 2012

Historia de una buena taza café

mujer bebiendo café

Aquel día iba a ser diferente, lo presentía, no obstante hice lo que de costumbre.
Me vestí, me arreglé el pelo en un coqueto recogido, me dirigí a prepararme una buena dosis de café, pero pensé que si iba a ser un día especial me tenía que abrigar y averiguar que me deparaba el destino. Caminé con el gélido aire acariciando mi cara hasta que llegué a una acojedora cafetería, donde decidí tomarme mi café matutino.

Pedí mi café con leche, doble azúcar y sin espuma cuando de repente un chico me preguntó la hora, con las prisas me había dejado el reloj y al contestarle que no llevaba éste vi su cara angelical y me cautivó, a lo que se apresuró a decir si podía acompañarme que tenía que esperar la 3a parada de su tren, hablamos durante 20 minutos que para mí se hicieron muy brebes, luego me despidió con un beso en la mejilla y no lo volví a ver más.

Fue un día poco corriente, perfecto y nunca supe si fue la taza de café o fue el no llevar reloj, pero desde entonces no llevo reloj y cada vez que el aroma del café me envuelve recuerdo ese beso como si en cuestión de minutos hubiera pasado.